La idea de la revolución debe abrir el camino, ya hoy, a otras formas de vivir alejadas de la influencia del Estado y el gobierno, tanto como sea posible, para acelerar el proceso de transformación social. La revolución social no es un asunto del futuro sino del presente. Como señaló Camilo Berneri, lo único que existe en el día a día es la puesta en marcha de momentos revolucionarios. La revolución se va haciendo en cada uno de esos momentos, por tanto, «es camino y nada quiere ser sino preparación para el camino», al decir de Gustav Landauer. Cada paso y cada instante tiene sus posibilidades revolucionarias, que dependen de la acción colectiva que seamos capaces de construir y de nuestra fuerza. Pero la conciencia que lleva a recorrer el camino de la acción revolucionaria no se crea espontáneamente ni por voluntarismo activista. Se logra mediante una estrategia con objetivos claramente revolucionarios en la que los fines y los medios no estén separados. Uno de esos objetivos es la autogestión integral.

La historia, es decir, la memoria de la experiencia, nos enseña que quienes dominan utilizarán todas sus fuerzas y recursos para mantener la dominación sobre la población. Luchar contra el capitalismo hoy, significa abordar una forma de vida alternativa autogestionaria. Pero la palabra autogestión está sufriendo una mixtificación cada vez más frecuente en la sociedad capitalista, con su tendencia a falsear y engañar. Empezando por el significado falseado del propio diccionario, cuando define la palabra autogestión: «Sistema de organización de una empresa según el cual los trabajadores participan en todas las decisiones».

En este engaño se incluyen las variantes reformistas que con su jerga seudo-autogestionista pretenden dirigir la voluntad de vivir hacia la resignación, mediante la «autogestión de la miseria». Veamos unos ejemplos que no son más que reconfiguraciones del sistema capitalista: transformar empresas en quiebra en cooperativas; la creación de islotes cooperativos como embrión de una sociedad autogestionada que propugnan los defensores del decrecimiento, pero sin mencionar la revolución o la abolición del Estado o del dinero; instituciones autonómicas y municipales que organizan con el apoyo de algunas ONGs mercadillos de alimentos biológicos y grupos de consumo, ceden “huertos urbanos” a jubilados y parados, que presentan como experiencias de “economía social”, es decir, una forma de asistencia en la actual situación de crisis, que no tiene nada que ver con la agroecología o la soberanía alimentaria, que luchan abiertamente contra la agricultura industrializada y defienden la autogestión en el medio rural.

Todas estas deformaciones de tartufos (políticos, tecnócratas, sociólogos, economistas, educadores, urbanistas, etc.) no son más que una estafa, ya que excluyen la autoorganización en favor de la mediación y control por burócratas, cuyo objetivo es impedir o destruir la práctica social autogestionaria y su carácter revolucionario.

La autogestión no es la generación de recursos mediante la venta de productos en el mercado, sino que se construye de forma contraria a la capitalista, es anti-jerárquica y rompe con la división del trabajo y su alienación productivista. Cuestiona, por tanto, los fundamentos del sistema capitalista. Es una forma de resistencia y de organización que obstaculiza la dominación y permite a quienes participan una vida en libertad. De modo que la experiencia autogestionaria, como camino hacia la emancipación y creación de un mundo nuevo, es un paso imprescindible en el impulso de la revolución social.

Construir un estilo de vida libre no mercantilizado

El capitalismo no es sólo dinero, medios de producción y conocimiento acumulado, es también una relación social que genera beneficios a costa del trabajo asalariado. Cuando esta relación social abarca todos los aspectos de la vida de las personas, la explotación cambia y el conflicto social se extiende a la vida cotidiana. Una vida que hoy está dominada por el consumismo y un urbanismo miserable. El control y la coerción que la clase dominante ejerce sobre la población desposeída, se debe a que carecemos de la capacidad de sobrevivir por nuestros propios medios y sin territorio, es decir, sin posibilidad de autogestionarnos la vida. En consecuencia, la alternativa para desterrar la lógica alienante de la mercancía, requiere construir un estilo de vida libre a través de la autogestión. Pero entendida, no como la gestión comunitaria de lo existente y su lógica de la mercancía, sino como su transformación revolucionaria. El objetivo no es “humanizar” el trabajo o un acceso generalizado al consumo, sino suprimir ambos y sustituirlos por una nueva actividad que unifique la división entre lo manual y lo intelectual.

La autogestión es, sobre todo, un comportamiento colectivo de autoadministración o autogobierno basado en una ética opuesta a la mercantil (en la que prima la división jerárquica del trabajo, la desigualdad y el individualismo, pilar básico del liberalismo como ideología del capitalismo). Éste es un sistema social que se alimenta de la falta de autonomía y dominio de los individuos sobre sus propias vidas. Una falta de autonomía y dominio basado en la centralización que da lugar, por un lado, al poder de una minoría concentrado en micro instituciones y, por otro, a un gigantismo económico, político y tecnológico, que se manifiesta hoy en la globalización.

Luchar hoy por la revolución supone abogar por formas de vida alternativas anticapitalistas, como ensayos que alimenten el ansia emancipadora, figuren y anticipen parcialmente la sociedad futura. Prefigurársela no es suficiente desde el punto de vista de lucha social revolucionaria. Hay que combinar la lucha constante contra el capitalismo y el Estado, con la práctica autogestionaria comunitaria en todas las esferas de la tarea de vivir y los valores que la orientan. Es decir, trabajo, vivienda, alimentación, educación, salud, etc., que expresen la coherencia entre los fines y los medios. Esto implica espíritu común, voluntad de convivencia, propósitos y objetivos comunes, que son los que definen la acción colectiva y el comportamiento común. Porque sin una práctica la autogestión es sólo humo idealizado. Práctica en comunas revolucionarias, no como burbujas aisladas, sino en íntima relación con la lucha social revolucionaria de las ciudades. Se trata, por tanto, de trasladar a las luchas sociales reivindicaciones autogestionarias generalizadas, como expresiones de rechazo del Estado y la jerarquía en todos los niveles de la vida social en las que el poder se manifiesta: Instituciones estatales, familia, empresa, barrio, escuela, sistema sanitario, partido, sindicato, etc. Integrarse en una comuna revolucionaria implica rechazar cualquier forma de relación con el Estado, porque éste es un conglomerado institucional que con su centralización y representación fragmenta y destruye la vida en comunidad.

Este es nuestro desafío: construir una vida unitaria no alienada ni mercantilizada. Mediante la autogestión podemos hacernos responsables de nuestra propia vida y fomentar la autonomía colectiva. La lucha revolucionaria sólo es posible si las relaciones sociales capitalistas son reemplazadas por relaciones autogestionarias en los distintos ámbitos de la vida social cotidiana. Hoy, por ejemplo, sabemos que la simple producción directa de alimentos esquivando los circuitos de la industria alimentaria, socava el corazón de la economía y cuestiona todo el sistema de dominación, cosa que no sucede ya en los conflictos laborales.

Luchar contra el capitalismo hoy, significa abordar una forma de vida alternativa autogestionaria integral, basada en una trama de relaciones horizontales de comunicación viva y directa, articuladas conformando los nudos de una red igualitaria cuya coordinación sea de tipo federativo. Se trata de reconstituir la comunidad al margen del orden social dominante enfrentándose a él. Es la capacidad de vivir afuera lo que dificulta la reproducción de las relaciones sociales dominantes, como negación de la sociedad capitalista. Por eso es importante la propia existencia de vida alternativa autogestionaria de quienes se oponen a la dominación capitalista y su forma de vida.

A su vez, es importante reseñar el aspecto educativo anticapitalista que, por sus valores, toda actividad autogestionaria contiene al ser capaz de influir en la formación del carácter y transformar al ser humano de objeto pasivo en sujeto activo. No es casual que la banca y el Estado dediquen regularmente tantos medios a inculcar una educación financiera desde la infancia, para que perdure en el inconsciente.

Si no somos capaces de crear relaciones sociales al margen del Estado y del capital, mediante formas de vida autogestionarias que rompan con el trabajo alienado, la explotación y opresión, capaz de disolver las relaciones de dominación, la nocividad de la barbarie capitalista en la que estamos viviendo nos destruirá. La crisis climática es uno de los indicios del grado de descomposición del Estado y los mercados. Se mantienen por la credibilidad que de buena o mala gana les otorga la población. Para desarrollar un proceso de transformación radical, es necesario forjar relaciones directas en las que se elaboren proyectos de autogestión.

Organizar una vida en comunidad como espacio de libertad

La libertad que la sociedad capitalista nos puede ofrecer, no reposa en la asociación entre individuos autónomos, sino en su completa separación, ya que un individuo no ve en otro un apoyo para su libertad, sino un competidor que la obstaculiza. Esta separación se ve consumada con las tecnologías de la información y comunicación; para relacionarse los individuos se comunican de forma virtual y crean una dependencia de los medios técnicos. Con esta separación total de los individuos entre si, han creado también la ilusión de una falsa autonomía. La dependencia hace que los individuos sean controlables y con el funcionamiento en red imponen las condiciones en las que se desarrolla la actividad social, que debe adaptarse a los cambios técnicos de forma permanente. En estas condiciones la autonomía individual y, por tanto, la libertad no es posible. Pero la lucha por la autonomía no lo es si nos limitamos únicamente a no estar equipados con los medios técnicos que el capitalismo nos impone como, por ejemplo, no disponer de teléfono móvil y correo electrónico. La supervivencia bajo el capitalismo es mucho más e impone sus reglas.

Con la globalización, el capitalismo ha suprimido todo vínculo comunitario, cualquier atisbo de cultura autónoma, sociabilidad, práctica colectiva, identidad de grupo, etc. Ha despojado a los individuos de cualquier relación directa y profunda con sus semejantes y con su entorno natural, enfrentando a los unos con los otros. La experiencia social que ofrece el alienado mundo de la tecnología es huir: Una mayoría busca sumergirse en una deplorable vida privada virtual y friki ajena a la comunicación directa, recurre a causas ficticias o se refugia en ideologías y religiones. Esta sociedad enferma propicia la evasión y la falsa conciencia, la esquizofrenia y las reacciones psicopáticas, encerrarse en el caparazón o arrojarse al precipicio. En las condiciones de enajenación actual la frustración, el pánico y la depresión facilitan la sumisión incondicional o el suicidio silencioso; la rabia y el resentimiento, el revanchismo y la angustia existencial conducen a la violencia criminal y las ideas de exterminio de nihilistas desequilibrados al salir de su burbuja de privacidad. El desarraigo, el delirio, la sensación de poder y el fetichismo de las armas, alienta a yihadistas de guetos europeos; el desprecio a la vida y el culto a la muerte, subyacen en la conducta del ultraderechista noruego responsable de la matanza en la isla de Utøya, en los autores de la masacre del instituto Colombine (imitados en más de setenta ocasiones), o en los sicarios y las maras latinas.

Estamos inmersos no sólo en una crisis climática global, sino en una crisis de civilización, tanto en sus formas occidentales como orientales. No hay choque de culturas, sino una disolución acelerada de todas ellas. Bajo la globalización, la gente ha perdido el rumbo y no dispone de lineas de conducta claras para orientarse. La insurrección queda todavía lejos; las escaramuzas anticapitalistas son demasiado débiles y minoritarias, sus apoyos son escasos por el amplio rechazo de la población mayoritariamente conformista y temerosa, que arrastra el peso muerto del reformismo ciudadanista.

Pero el que las minorías críticas no consigan hacerse oír por el momento, no impide que el grado de insatisfacción progrese, que la protesta lúcida pueda reaparecer y extenderse si una idea de vivir de otra manera logra prender en una masa de población numerosa donde estén bien representados los excluidos. El desabastecimiento y el hambre contribuyen a ello, pero no es lo determinante. La supervivencia es lo primero, pero la imposibilidad de satisfacer las mínimas necesidades morales que sostienen el espíritu comunitario es el elemento de revuelta principal. Así sucedió en las revoluciones proletarias del pasado y así puede volver a suceder.

La reconstrucción de los lazos comunitarios es una posibilidad, sin garantías, puesto que los resignados son aún mayoría. El intento de excluir el capitalismo de nuestras vidas no es una llamada a la marginalidad; sino el empeño por conservar y ampliar la rica variedad de las relaciones humanas en nuestro entorno. El desarrollo de la autogestión en los intersticios de la sociedad capitalista, como embrión de una contra sociedad libertaria e igualitaria que, incesantemente, desestructure y mine la cohesión del poder. En palabras de Miguel Amorós: «Para defenderse de la catástrofe hay que sobrevivir, por lo que las experiencias autogestionarias dentro del sistema, sea cual sea su resultado, tienen una relevancia estratégica y propagandística que jamás antes habían tenido»1.

Comunidad es la organización y toma de decisiones en asamblea de una vida en común. Es comunidad de lucha y de esfuerzo, de disfrute y de aflicción. La comuna revolucionaria como estilo de vida social comunitario mediante la autogestión integral, desarrolla la conciencia del “nosotros/as”, que abarca no sólo a la comuna o grupos de comunas, sino al conjunto de los desposeídos y excluye a la clase dominante en el poder. Quien apuesta contra el capitalismo mediante otra forma de vida alternativa, está apostando por la revolución. Pero lo que distinguirá como revolucionario a cualquier comuna o alternativa de vida autogestionaria, es su contenido (antiindustrial, societario,…) y por encima de todo, libertario. Porque el primer objetivo de toda praxis revolucionaria es la constitución de un espacio de libertad. A partir de aquí lo demás llegará o no. Puede que gane el Estado o la barbarie nihilista. Pero tampoco la victoria de la libertad se puede descartar. La historia nunca se detiene y a una época de sombras puede suceder una época de luz.

No se trata ni de volver al pasado, ni de recrearlo, sino de restablecer el contacto con él y aprender. La autonomía personal no puede limitarse a la autosuficiencia, mediante el aislamiento y la marginación. Se trata de impulsar una nueva forma de lucha –una nueva cultura– reapropiándonos del pasado de forma no doctrinaria. Es nuestra capacidad de defensa la que define nuestra autonomía del poder dominante, para resistir el enloquecedor cambio del desarrollo económico.

Sólo disponemos de una manera de protegernos de las agresiones del capitalismo: abordar una forma de vida alternativa autogestionaria colectiva como espacio de libertad, que expresa nuestra voluntad independiente de decidir cómo vivir y luchar contra el poder establecido, haciendo de la vida de cada día lucha. Esta comprende muchas vías, todas legítimas, como negarse a trabajar y a consumir, el sabotaje, el trueque, no usar el vehículo privado, no vivir en ciudades, etc. Vida alternativa y lucha mediante la acción colectiva en ámbitos como la alimentación, vivienda, educación, salud, etc., en los que se generan servicios comunes que van tejiendo su autonomía con valores comunitarios, solidaridad y ayuda mutua, donde se colectivizan las diversas relaciones vitales. Así, además de compartir un espacio físico o geográfico, se genera una determinada armonía revolucionaria; armonía que no está exenta de conflictos porque no toda conflictividad nace de la desigualdad, también la diversidad puede generar conflictos entre iguales. Estos forman parte de las relaciones entre individuo y comunidad.

Autogestión revolucionaria contra la alienación que destruye la vida

La autogestión como forma de vida que combate la pasividad y la dependencia, es el primer objetivo de la praxis revolucionaria, por escasas que sean las fuerzas reunidas, por limitado que sea el estadio en el que se encuentre o por adversas que sean las condiciones en las que la lucha revolucionaria se desenvuelva en un determinado momento. Se trata de crear una línea de resistencia en un medio refractario al capital, que contribuya a que cristalice de nuevo la conciencia revolucionaria.

Mientras el movimiento autogestionario no se generalice, nuestro esfuerzo deberá surcar un mar de contradicciones, donde nuestras convicciones libertarias pueden ser difíciles de asumir emotivamente en la práctica. El juicio acertado no es fácil. Porque una comunidad humana, por el hecho de ser autogestionada, no puede olvidar de golpe los valores capitalistas adquiridos durante años. La historia nos enseña que la peste autoritaria puede desarrollarse y poner en marcha tendencias tecno-burocráticas en todas las organizaciones. Esto es algo que la praxis de la autogestión no debe olvidar al desarrollar su estrategia revolucionaria en la realidad actual.

No propiciar y abordar la autogestión como praxis comunitaria en todas las esferas de la vida o dar marcha atrás cuando se inicia, es adentrarse en la alienación y desperdiciar la vida soportando –más o menos sumisamente– las agresiones que el capitalismo nos inflige. Como acción autónoma de los desposeídos, la revolución integral (tanto individual como social) es un proceso diario plagado de combates, en el que el final de uno es el preludio del siguiente combate. Este camino de vida autogestionaria es elque provee de contenido a nuestras luchas y aspiraciones revolucionarias. Un camino que al hacer comunidad impide que los individuos se sientan solos y se escondan en su interior, sino que hace que se enfrenten al mundo y lo transformen. Un camino que, como objetivo estratégico, permitirá atraer a masas conscientes de su desposesión y de las miserias que el sistema actual nos causa.

Es una lucha contra el capitalismo que requiere dotarse de un programa que contempla la reorganización de la sociedad sobre bases descentralizadas y comunitarias, a través del desmantelamiento de la producción actual y de la adopción de tecnologías descentralizadoras, de la supresión del mercado, de la recuperación del campesinado, etc. Un programa que permita recuperar la tradición y los lazos comunitarios, los ritmos vitales relajados, el derecho consuetudinario, la economía del sustento, etc. No es una vuelta al pasado, sino una liberación que carga con la experiencia de dos siglos de capitalismo y de absolutismo tecnológico.

Por su potencial de autodeterminación individual y colectiva, el desarrollo de una voluntad y capacidad autogestionaria extendida en amplios sectores es, posiblemente, el camino más idóneo para que se pueda acelerar la revolución emancipadora.

1 Contra la nocividad, Miguel Amorós, Grietas Editores, https://redipaz.weebly.com/uploads/1/3/3/7/13372958/libro-amoros__1_.pdf

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